Rebelión en la Granja es un libro fundamental para entender un poco mejor este mundo en que vivimos. Escrito por George Orwell y publicada en 1945 nos trae a la palestra una visión del mundo que no extraña al lector.
Es un libro fundamental porque es la metáfora literaria de situar un espejo en multitud de escenas políticas de nuestro mundo, es decir, nos enseña por medio de una granja de animales la unificación del grupo en busca de un porvenir mejor y nos muestra cómo el poder gusta, cómo cuesta desprenderse del “sillón”, un sillón que, en teoría, supone la materialización de cuestiones, actividades e ideas políticas pero que también genera un bienestar superior al del resto de la población por tener ciertos privilegios que, en el caso de los animales, pueden ser: más comida, comida de mejor calidad, mejor espacio para descansar, controlar al rebaño, organizar y ordenar, poder negociar qué hacer con la granja y su productividad, poder establecer normas generales que se incumplen o se varían en función del contexto y un largo etcétera de elementos que favorecen la situación a los privilegiados mientras que aprieta –y este verbo aparece en multitud de formalidades en el libro– a los que sacan el trabajo adelante.
El escrito es un escrito corto, directo, bien explicado y que mantiene un hilo conductor sencillo basado en la evolución de una sociedad comenzando por una explicación pre-rebelión y finaliza con la situación generada por la propia sociedad y la conciencia que los de abajo acaban tomando frente a los de arriba. Casi 130 páginas de rebelión, sumisión, creencia en el poder político por desconocimiento y cómo el rebaño sigue las órdenes sin preguntar.
Tenemos varios ejemplos: las ovejas repiten lo que se les enseña y, en caso de cambiar las enseñanzas, se les enseñan las nuevas órdenes y continúan balando. Es la forma típica de aquellas personas que creen que los políticos nos sirven a nosotros y nos hacen caso, aquellos que nos muestran lo que queremos escuchar o ver pero por detrás sirven a sus propios objetivos; los caballos son aquellos que trabajan hasta la muerte y, una vez que no funcionas porque te has cansado tienen preparado el reemplazo sin que les importes, muchos de ellos trabajan en la construcción, su jubilación no es ni siquiera una utopía y te hacen creer que eres valioso cuando en realidad eres un peón que mueve piedras grandes y pesadas a costa de la salud; los cerdos –Orwell elige una categoría animal muy concreta para los políticos– son los más inteligentes, lectores, audaces que se enfrentan a la tiranía del señor Jones y vencen, tomando como suya la victoria –cuando ha sido de todo el pueblo–, se encargan de dirigir el rebaño, de organizarlo y trabajar en conjunto con ellos marcando normas para todos en el paraíso terrenal que habían llegado a conseguir y que estaban construyendo juntos, sin embargo y volviendo al principio, el sillón, los privilegios y la buena vida hace olvidar a los cerdos de dónde provienen y se enfocan en mejorar sus vidas aunque sea a costa del resto de animales. La evolución es tal que acaban por llevar elementos humanos que habían prohibido –látigos– para el trabajo animal
Finalmente, la situación, por muy revolucionaria y prometedora que pareciese, volvía a sus orígenes. Los políticos iban eliminando los avances animales para complacer a los humanos, por eliminar elementos “ridículos” llegando a equiparar los comportamientos e imposibilitando reconocer quién era quién.
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