Fue uno de los sucesos más oscuros acontecidos durante la Segunda República y que terminó provocando la caída del primer bienio de Azaña. La matanza de Casas Viejas en Cádiz sucedió en la madrugada del 11 al 12 de enero de 1933.
Este suceso es la muestra de uno de los grandes fracasos de la Segunda República que fue el mantenimiento del orden público y los conflictos sociales. Y eso que sus políticas al respecto se basaron en tres pilares: La creación de la Guardia de Asalto y las leyes para la defensa de la República y sobre el orden público.
Azaña incluyó socialistas en su gobierno para aprovechar su hegemonía sindical alejando el peligro de una revolución social. Sin embargo el problema pronto se vio que no era la UGT sino la CNT y sus facciones más radicales como la FAI, que promovieron numerosas huelgas a lo largo de todo el país.
Los sucesos más graves ocurrieron entre diciembre de 1931 y enero de 1933, como en Castilblanco, Arnedo o el Alto Llobregat, con muchos muertos en los enfrentamientos entre los huelguistas y la Guardia Civil.
En enero de 1933 la CNT había promovido una nueva insurrección anarquista, aún más radical si cabe con grandes apoyos en Cataluña, Valencia y Aragón. Aunque pudieron ser sofocadas por el gobierno, en Casas Viejas (hoy Benalup), un pequeño pueblo de Cádiz, un grupo de anarquistas de la CNT proclamaron el comunismo libertario y atacaron un cuartel de la Guardia Civil, matando a dos de sus miembros y dando comienzo a la tragedia de Casa Viejas.
La Guardia Civil solicitó refuerzos y llegó un gran contingente de la Guardia de Asalto con el Capitán Rojas al frente. Era la primera vez que uno de los grandes pilares de la República se iba a encargar del orden en los conflictos sociales.
Todos los indicios hacían responsable a Francisco Cruz Gutiérrez, un carbonero y anarquista de 72 años al que denominaban “seisdedos”. Las fuerzas del orden rodearon su casa, pero ante la imposibilidad de tomarla decidieron abrir fuego y finalmente quemarla para obligar a que sus ocupantes salieran. En la madrugada del 12 de enero y la casa ardió con todos sus ocupantes. Los que trataron de huir no se libraron de las balas. Entre los calcinados estaban el propio seisdedos y muchos integrantes de su familia, dos de sus hijos, su nuera y su yerno. Solo pudieron escapar con vida por una ventana su nieta María Silva “la Libertaria” y un niño que llevaba en brazos. María fue fusilada en 1936.
Pero no todo quedó bajo los escombros de la casa. El capitán Rojas continuó por el pueblo con la orden de detener a los anarquistas destacados del desorden, llevarles junto a la casa y fusilarlos. En total murieron 22 anarquistas (hay quien eleva esta cifra hasta 30), 2 guardias civiles y un guardia de asalto.
Azaña en un principio respaldó a la guardia de asaltó culpando a los anarquistas y al comunismo libertario de la tragedia.
Se realizó una investigación parlamentaria y un juicio y el capitán Rojas fue condenado a treinta años como culpable. Sin embargo él siempre dijo que solo cumplía órdenes y que le habían ordenado defender a España de la anarquía que se había levantado contra la República y acusaba al Director General de Seguridad, Arturo Menéndez y a Azaña, alegando que no querían prisioneros ni heridos y que las órdenes que había recibido eran “disparar tiros a la barriga”. Bartolomé Barba, capitán del Estado Mayor que se encontraba de servicio el 11 de enero, corroboró lo indicado por Rojas, que en el juicio denunció que el entorno de Azaña le había ofrecido dinero por su silencio.
En febrero de 1933 apareció un acta firmada por varios oficiales de la Guardia de Seguridad y Asalto que acusaban a la Dirección General de Seguridad de dictar las órdenes previas a la matanza ya que el gobierno no quería “ni heridos ni detenidos, solo muertos”. Uno de los firmantes era el capitán Gumersindo de Gándara, que fue detenido en Madrid tras el alzamiento militar y asesinado en la checa de la calle Fomento junto a otros oficiales.
Aunque el Parlamento y los jueces exoneraron al gobierno de lo sucedido, no así la prensa ni la opinión pública. El gobierno estaba herido de muerte al no poder controlar la tensión social, el anarquismo cenetista ni la cuestión religiosa. En diciembre de 1933 se celebraron nuevas elecciones con el triunfo de la derecha y el comienzo del Bienio Cedista. Los partidos en el gobierno sufrieron un descalabro electoral. Acción Republicana, el partido de Azaña, pasó de 30 a sólo cinco diputados y el PSOE de 115 a 58.