Por medio de la Carta Arqueológica (actualmente en elaboración), hemos logrado rescatar valiosa información muy útil para nuestro trabajo sobre la realidad comarcal de la sierra de Gata y el alfoz de Coria desde los tiempos prerromanos, hasta entonces no recopilada de manera tan metódica. Tanto la inspección arqueológica medieval como el examen de aquellos restos son escasos y en ocasiones inexistentes, explicado por el basto espacio que abarcaría dicha exploración; también añadir que en varios enclaves se imposibilita el acceso. Nos llama especialmente la atención el hecho de que (aparentemente) se les presta mayor atención a periodos históricos (en este caso, los yacimientos de época calcolítica y prerromana-romana son los verdaderos protagonistas) frente a otros como la Romanización, fortificación plenomedieval o la Modernidad. Por suerte, estamos trabajando precisamente en ello para tratar de revertirlo y darle la importancia que se merece a todo proceso.
Ya desde época calcolítica se observa una alta densidad de asentamientos y concentraciones humanas (sobe todo de explotación rural) con cierta conciencia sobre la importancia estratégica que esta comarca puede llegar a ofrecer. No tenemos del todo claro si el empleo del término limes o frontera puede resultar válido aplicarlo posteriormente al caso romano, pero previo al siglo I d. C, observamos que muchos de los castros fortificados prehistóricos siguen estando habitados (o cuanto menos mantenidos y en uso) por los pueblos lusitanos/vetones (en varios puntos se consta esa continuidad). Aparte, la toponimia cuenta con abundantes referencias a elementos castrales. Esta serie de características se pueden emplear para reconstruir el hipotético paisaje poco antes de la presencia romana. El entorno estaría basado pues en la existencia de concentraciones humanas rurales generalmente de tipo castral (agricultores-ganaderos) a los que Roma tuvo que hacer frente de una manera u otra. Avanzando cronológicamente y revisando la Carta Arqueológica, tardamos en observar una densa concentración de yacimientos romanos de explotación rural con sus correspondientes parcelas (domi, mansiones, villae y todo tipo te infraestructuras agrícolas como molae) contadas por varias decenas que datan de entre los siglos I y III de nuestra era. No es menos relevante la inmensa cantidad de vías que, en origen, servirían como elemento de comunicación entre campamentos que facilitasen el ágil desplazamiento de tropas por el territorio. Nos hemos percatado de que la gran mayoría de estas vías comunican casi todos los castillos medievales de la comarca. Esto mismo ocurre con las calzadas romanas que conocemos fehacientemente. Sobre esto mismo, nos llama la atención que toponímicamente aparecen una serie de “fortines” flanqueando las calzadas, vías o aquellos pasos naturales que resultan muy evidentes, como es el caso del “Paso de Robledillo” (el cual cuenta con una calzada romana conocida). Entendemos que este aspecto no es fortuito por la excelente ubicación y la proximidad a la vía.
Tanto la Carta Arqueológica como la obra de J. María Fernández Corrales de 1988 aceptan la idea de que los citados fortines se asientan sobre antiguos castella romanos; sin embargo, desconocemos si en época medieval dichos castella fueron mantenidos o reedificados con el fin de ser empleados como elementos defensivos durante las luchas entre leoneses y musulmanes, aunque no descartamos tal cosa. Es más, nos atrevemos a afirmar que efectivamente tiene cierta lógica pensar que los antiguos enclaves romanos fueron reaprovechados, primero, por hispanogodos y posteriormente, por musulmanes/beréberes, bien por razones geográficas de estrategia y control, bien por la ubicación en valles y zonas fértiles para las actividades ganaderas y agrícolas (esto último es respaldado por la gran cantidad de cursos de agua).
Cabe pensar que el paso de Robledillo (según toponimia que alude a elementos fortificados, a saber 2 fortines, Plaza del Moro y Torrejón), fueron elementos que custodiaron en su día la calzada conocida como “Camino del Puerto” y que, de manera coherente, operó del mismo modo durante la época islámico-leonesa. Por lo tanto, no es del todo descabellado pensar que muchos de los emplazamientos fortificados medievales se deben asentar sobre un castellum romano o cuanto menos, algún puesto de vigilancia (simple, pero de gran valor estratégico), pues topográficamente la zona crea un entorno ideal para el control de rutas, pasos naturales y cursos fluviales. Por estas razones, nos inclinamos a pensar que mucha de la infraestructura romana fue reaprovechada y mantenida en cierta medida durante el periodo altomedieval (por lo menos hasta la primera mitad del siglo XIII). Esto nos indica que ocupación del territorio es prácticamente continua y, en contraposición con lo que afirmaba Á. Bernal Estévez la zona era, desde tiempos romanos, ampliamente conocida, concurrida y bien comunicada, hasta tal punto de que durante la fase plenomedieval, esta infraestructura se mantuvo y empleó asiduamente.
El territorio claramente condiciona la estrategia defensiva y el patrón de asentamiento humano, ofreciendo una serie de accidentes geográficos idóneos para el control de rutas comerciales y pasos; todo ello, como decimos, basado en los castella/castros y futuras fortificaciones medievales. Ya hacia el siglo XII, comprendemos que la ocupación cristiana de Extremadura transcurriría desde 1142 (conquista de Coria por Alfonso VII) hasta la muerte del rey Alfonso IX en 1230, conformando una serie de periodos bien delimitados. Podríamos decir que la característica compartida de estas etapas fue el papel estratégico que ejerció el río Tajo durante el avance leonés hacia el sur, puesto que, gracias a esta frontera natural, los reinos cristianos pudieron tomar posesiones poco a poco, en escala y avanzar paulatinamente. No obstante, aunque la ribera norte del Tajo fue posesión cristiana (entre Ciudad-Rodrigo y Sierra de Gata), el sur hasta el primer tercio del XIII no, bajo la órbita de la Taifa de Badajoz al menos a partir de 1212.
Sabemos pues, que el norte de Cáceres nunca fue dominado manera consolidada por manos islámicas (caracterizado por ser un territorio apartado, de población generalmente nómada y de baja densidad demográfica), pero tenemos constancia sobre un “dominio” almohade de aproximadamente treinta y ocho años, espacio de tiempo donde se enmarca la conquista de Plasencia en 1196.
Estas casi cuatro décadas fueron fruto de la escaramuza que partió desde Sevilla entre 1173/4-1178. El asentamiento almohade de este espacio se basaría en la agrupación de diversos asentamientos clánicos de origen beréber como sugieren algunos autores y que no estarían organizados militarmente a nivel profesional. Las campañas expansivas del reino leonés tenían como objetivo la Alta Extremadura, sin olvidarnos de Ciudad Rodrigo, importante enclave por el control de la Vía Dalmacia y los pasos del sistema central hacia la submeseta norte.
En cierta medida, esta comarca cacereña puede incluirse dentro de la categoría de “territorio estable” entre cristianos y musulmanes, por lo menos hasta la hegemonía almohade en Alarcos (1195), convirtiéndose todas las fronteras en marcas delimitadoras de suma importancia. No obstante, el hecho de que el norte de Cáceres (especialmente desde Coria hasta Ciudad Rodrigo) aparezca con una amplia densidad de elementos fortificados, tanto de origen islámico como cristiano no respalda la idea de Clemente Ramos para definir la zona como “estable”, ya que esta amplia “red” de castillos responden a una inseguridad e inestabilidad territorial sin ningún tipo de dudas. Aparte, el casi constante cambio de manos de estos castillos entre cristianos y musulmanes no hace más que generar dudas.
Es decir, observamos un territorio, en origen, poblado por gentes beréberes que pudieron iniciar empresas de construcción fortificada de manera individual (pequeñas fortalezas o qal’a con el fin de proteger a una comunidad en particular), que pasaron a manos cristianas con la conquista de Coria, primero en 1079 y posteriormente con Alfonso VII; a partir de ese evento, encontramos un aparente vacío documental, que posiblemente se caracterice por una presencia islámica de menor importancia; llegada de Fernando II; avance almohade y, finalmente, la toma definitiva por parte de Alfonso IX, relato que continuamente se repite en la historiografía. No es de extrañar que, realizando este escueto recorrido histórico, se plantee la hipótesis de que tanto el alfoz de Coria como la Sierra de Gata sean espacios de relativa tranquilidad, pero inestables o, cuanto menos, de limes en constante movimiento. No debemos pasar por alto que sus flancos están custodiados al oeste, por el reino de Portugal y por el este, Castilla.
No es de extrañar pensar que este modelo de organización y/o administración territorial se inspira (hasta cierto punto) en el sistema romano (claramente exitoso), pues factores como asentamientos, rutas y enclaves fortificados, coinciden de manera exacta, hasta tal punto que dicha configuración espacial y poblacional aún se mantiene. Me refiero a las vías de comunicación, los sistemas de explotación agrícola y, en general, el modo de vida en el campo.
A modo de conclusión, podemos dilucidar que la ribera norte del Tajo y la Sierra de Gata, no contaron con un limes firme, por lo menos hasta la consolidación territorial por parte de Alfonso IX de León e incluso ya en época de Alfonso X de Castilla, puesto que algunas de las zonas eran teóricamente territorio de nadie, llevándonos a pensar que incluso ellos mismos no eran conscientes de sus propios límites en determinadas localizaciones. Tan solo y quizás, los elementos que definirían la línea de frontera debieron ser las cordilleras o valles con sus respectivos ríos y afluentes. Ello es bien descrito en el trabajo de Clemente Ramos, donde se sobreentiende que la concepción espacial, ya sea en manos musulmanas o cristianas, era difusa o cuanto menos escueta. La lectura cronológica del alfoz de Coria y del norte del Tajo a efectos generales resulta compleja por las sucesivas fechas que tanto la Historiografía como los documentos primarios nos ofrecen. Algunas de ellas no parecen ser del todo exactas y los lugares citados no llegan a ser específicos, derivando en errores de interpretación. Evidentemente esta serie de carencias dificulta notablemente la elaboración un mapa de “posesiones” o de evolución que nos pueda resultar didáctico y sencillo a la hora de estudiar la evolución territorial de la comarca. Efectivamente, contamos con ciertos hitos que pueden ofrecer una pista, pero apelamos reiteradamente por la cautela y dejar de lado los contextos generales.
Lugares como Plasencia, Coria, Trujillo o la propia Cáceres parecen ser los principales enclaves directores que encauzan el interés historiográfico de la provincia, asunto que podemos categorizar como simplista; sobre todo los casos de Coria y Plasencia, pues, tanto en fuentes árabes como cristianas, son las únicas plazas que se mencionan. En el trabajo anteriormente citado, los autores dan la sensación de que aquellos puntos más al norte (castillos, pueblas, villas…) resultan ser de poco peso histórico dado que no aparecen en ninguna de las fuentes hasta tiempos posteriores; afirmación que no respalda la evidencia de que el norte de Coria es un colchón para Ciudad-Rodrigo y que, además, parece interesar en cierto punto tanto a portugueses como a castellanos. Desde los primeros tiempos de presencia islámica en la Extremadura, observamos una ininterrumpida preocupación por defender del territorio mediante la construcción de recintos amurallados y/o fortalezas de diversa tipología, empresa constructora que a partir del s. XI se incrementó exponencialmente (no solo en cantidad, también en complejidad arquitectónica). Quizás, económicamente no sea un sector importante, pero militarmente hablando, pareció ser una buena zona estratégica y lugar donde se invirtieron cuantiosas cantidades de dinero, recursos humanos y material para edificar y mejorar (de manera constante) la infraestructura defensiva.
Si quieres leer más artículos de Edad media, haz clic aquí.