La represión hacia las mujeres en la Guerra Civil y el Franquismo

 

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Las llamadas «!Rapadas

Con la proclamación de la Segunda República en abril de 1931 se inició en España un proceso de expansión de los derechos y libertades democráticas de las mujeres. La constitución de 1931 fue de avanzada para la época al plantear cuestiones como el principio de igualdad jurídica entre sexos y el derecho al voto para la mujer. Si bien en la práctica no hubo una transformación total del papel de la mujer, el modelo liberal llevado adelante por el régimen republicano fue clave para avanzar en el proceso de emancipación femenina definido por la incorporación de la mujer al mundo laboral y cultural.
Pero con la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista, se barrieron con todos los avances legislativos y el status jurídico y social que las mujeres habían conquistado durante la Segunda República. Se instaló sobre las mujeres republicanas una doble represión, de género y política, por mujeres y vencidas.
En una de las tantas proclamas que el General Gonzalo Queipo de Llano hizo por Radio Sevilla durante la ocupación sublevada sobre Andalucía, expresó: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser un hombre. De paso también a las mujeres de los rojos que ahora, por fin, han conocido hombre de verdad y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará”. Esto es una muestra de cómo, a medida que el ejército golpista iba ocupando nuevos territorios extendía el terror sobre las mujeres, esposas, hijas, hermanas, madres de republicanos, que fueron sometidas a una dura represión, que se traducía en violaciones sistemáticas, abusos institucionalizados, trata de blancas, y un sinfín de vejaciones como hacerles beber aceite de ricino para provocarles diarrea y luego pasearlas por las calles, o raparles el pelo con el fin de estigmatizarlas y humillarlas.
Con la victoria sublevada en la Guerra Civil y la implantación de la dictadura del General Franco se creó un nuevo Estado que utilizó todo su poder para invisibilizar a la mujer. Instaló un ideal definido por los lineamientos sociales y morales del nacionalcatolicismo y un patriarcado decimonónico que estipulaba para la mujer una vida reducida al ámbito doméstico y al sometimiento, carente de derechos políticos y jurídicos, demonizando a la mujer liberal y moderna del régimen republicano. Para poder llevar adelante la represión moral y sexual que este ideal modélico requería fueron claves instituciones como la Sección Femenina de la Falange, la Iglesia y el sistema educativo.
La Sección Femenina de la Falange, creada en 1934 por Pilar Primo de Rivera, fue el instrumento más eficaz para difundir entre las mujeres los valores tradicionales del régimen. Desde esta institución se definió el “modelo de mujer española”, inferior al hombre, que debía responder a los valores de sumisión, abnegación y servicio a la patria, dedicada al hogar y la familia. Por otro lado, la Iglesia Católica que recuperó con el régimen la potestad de la educación definió un sistema educativo enmarcado en valores estrictamente religiosos que las mujeres debían incorporar. La educación era separada por sexos y era fundamental en la educación de las mujeres la enseñanza de las labores domésticas.

En la década del 40 se estableció un andamiaje legal que impuso marcados límites a la autonomía de las mujeres. Se establecieron barreras al acceso de la mujer al mundo laboral, se impuso un sistema de tutela para las mujeres bajo el ala de padres, maridos, hermanos, se les prohibió tener una cuenta bancaria y realizar transacciones de compra y venta. Además, siguiendo la moral impuesta por el nacionalcatolicismo se prohibió el aborto y el adulterio femenino se convirtió en un grave delito,
Las mujeres de izquierda, republicanas o que no comulgaban con los ideales del régimen eran consideradas enemigas del Estado, englobadas bajo la categoría de “rojas”. Sobre ellas cayó todo el peso de la represión, una represión específica, ideológica y de género.
Aquellas mujeres que tenían a sus esposos, hijos, padres o hermanos presos fueron migrando de ciudad en ciudad siguiendo el derrotero de estos hombres, instalándose cerca de las cárceles a donde eran trasladados, viviendo una vida de miseria y trabajando en la peores labores y en pésimas condiciones por un pago paupérrimo para poder mantener a su familia. Las mujeres encarceladas por su ideología no eran consideradas presas políticas, sino presas comunes. Esta conversión de disidencia política en delincuencia fue planteada por el Dr. Antonio Vallejo Nágera, psiquiatra del régimen, que tras un estudio realizado sobre presas de la cárcel de Málaga concluyó que el accionar de esas mujeres era producto de la perversión moral y sexual propia de su género, justificando a través de argumentos pseudocientíficos la inferioridad de estas mujeres como condición natural. Para ellas, planteaba Vallejo Nágera, la única terapia posible era el adoctrinamiento religioso y patriótico, mientras que para sus hijos era necesario la segregación desde la infancia.
La cárcel, señala Ricard Vinyes, fue una industria de transformación de existencias. Entre las cárceles femeninas más tristemente conocidas se encuentran: la cárcel de Ventas, en Madrid, que concentraba el mayor número de presas, la de Segovia, la de Málaga, Les Corts en Barcelona, Saturrarán y Amorebieta en el País Vasco, entre otras.
En las cárceles las mujeres sufrían hacinamiento, hambre, entre otras condiciones de vida infrahumanas. Eran sometidas también a violaciones y distinto tipo de violencia de género por parte de los y las funcionarias de las cárceles. Además las cárceles de mujeres también contaban con la presencia de los hijos de las mujeres encarceladas, quienes sufrían las mismas condiciones que sus madres. En 1940 se creó la Prisión de madres lactantes (San Isidro), para alojar a mujeres embarazadas y con niños recién nacidos, que lejos estuvo de mejorar las condiciones de vida de las madres y sus hijos. Allí también padecieron la falta de alimentos, a su vez que la falta de higiene convertía a la cárcel en un nido de enfermedades que llevaron a la muerte a muchos niños y madres.

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Reclusas del Patronato realizando tareas de costura bajo el estricto control de las religiosas.

Mapa de las cárceles de mujeres incluido en el libro “Irredentas” de Ricard Vinyes Al infierno que significó la vida en la cárcel para estas mujeres también hay que sumarle otra cuestión, una de las prácticas más atroces realizadas por el régimen franquista: el robo de bebés. Para estas operaciones se desplegó un mecanismo que incluía a diversos actores como el Estado, la Iglesia e instituciones de beneficencia.
Otro elemento clave en materia de represión hacia las mujeres fue el “Patronato de Protección a la Mujer”. Esta institución, ligada también a la trama del robo de bebés, fue creada en 1941 con el objetivo de “resguardar” el accionar de las mujeres dentro del austero patrón moral de comportamiento impuesto por el régimen. Las mujeres que no se ajustaban a los valores morales femeninos que el franquismo propugnaba eran consideradas “caídas” o “desviadas». El Patronato se quedaba con la tutela de las adolescentes de entre 16 y 25 años caídas o en riesgo de caer. Con la excusa de la reeducación, el Estado a través del Patronato impuso sobre ellas un riguroso sistema de vigilancia y encierro ejerciendo una especie de acción redentora-represiva. Se las encerraba en centros religiosos que funcionaban como cárceles o reformatorios. Las máximas de estos centros eran: fregar, rezar y coser. Allí eran sometidas también a una gran explotación laboral sin ningún tipo de compensación por su trabajo. Era primordial mantener bajo un estricto control el comportamiento de las mujeres, anular su capacidad reflexiva, limitar su actividad tanto política como laboral, para así reforzar la dominación sociopolítica y económica que el régimen sostenía. Esta institución trascendió al franquismo, privando de libertad a muchas mujeres hasta bien entrada la democracia, ya que hasta mediados de la década del ´80 se mantuvieron activos reformatorios y maternidades ligadas al Patronato, aún cuando la Constitución de 1978 estableciera la igualdad jurídica y la no discriminación por razones de sexo.

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Bibliografía:

– Anna MIÑARRO, Teresa MORANDI (Comp). Trauma y transmisión: Efectos de la guerra del 36, la posguerra, la dictadura y la transición en la subjetividad de los ciudadanos. (2014)
– Ricard VINYES. Irredentas: Las presas políticas y sus hijos en las cárceles franquistas. Epublibre (2015)
– Carmen GUILLÉN LORENTE , « El patronato de protección a la mujer: moralidad, prostitución e intervención estatal durante el franquismo » , Boletín de Historia de España Contemporánea [En línea], 54 | 2020, publicado el 01 de julio de 2020 , consultado el 26 de noviembre de 2022 . URL :
http://journals.openedition.org/bhce/3117; DOI : https://doi.org/10.4000/bhce.3117

Material audiovisual:

-El Patronato. Crónicas. La 2. RTVE ‘El Patronato’ COMPLETO | Crónicas | La 2
-Presas de Franco. La Sexta. Presas de Franco

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