De manera muy genérica, la historiografía tradicional nos ha expuesto el s. VIII como un periodo oscuro para la nación española, pues fue a partir del 711 que los musulmanes “invadieron” o penetraron en la península por el Estrecho de Gibraltar llamados por los partidarios de Witiza (Agila II) para sofocar la revuelta interna de Don Rodrigo y así poder legitimar la línea sucesoria.
También se suele tener en cuenta el papel de Don Julián, de quien poseemos poca información sobre su origen. Convencionalmente se le considera como un gobernante visigodo establecido en Ceuta. Tal vez él pudo ayudar a Tariq en la entrada a territorio visigodo. Sobre la batalla de Guadalete y noticias sobre Don Rodrigo desaparecen justo en este momento. Tras dicho conflicto, del cual no se cuenta con ningún tipo de fuente, existen teorías que dicen que el monarca huyó a Nájera; que murió en la batalla o que fue enterrado en Portugal pues murió en el viaje de huida.
¿Conquista, o Reconquista?
La cronística vernácula y latina usó la figura de Rodrigo a su antojo, ya sea positiva o negativamente. Se ha justificado la derrota de los godos por una traición en el seno del ejército, visión utilizada por Jiménez de Rada de manera notoriamente política, es decir, una instrumentalización por el motivo que fuese. La historia fue utilizada de manera moralizante en el sentido del mencionado cisma entre godos. En todas las crónicas, la figura de Don Rodrigo está muy desgastada, mitificada y denigrada por la naturaleza misma del monarca. No obstante, los historiadores si están de acuerdo en que, al darse un cambio monárquico del reino visigodo, se crean genera problemas por todo el proceso de elección entre la consanguinidad y elección, es decir, por la esencia goda.
La pregunta es si esta crisis interna y momento crítico de debilidad monárquica fue una de las causas principales de la caída y la exitosa invasión musulmana. Quizás y de manera indirecta, sí que pudo ser una pseudocausa que favoreciese un mayor desequilibrio interno y, la mayor facilidad de que un agente, en este caso externo, trajera un evento ciclópeo a la península, hasta tal punto de que el aparato político y administrativo cambia radicalmente.
De lo que sí estamos de acuerdo, es que, efectivamente, sí fue un momento de crisis, un periodo duro para la monarquía visigoda, frágil y “en pañales”, pues cualquier elemento podía hacerla caer, pero partiendo de este estado de cuestión para confirmar que fue una causa plena de la llegada del “imperio islámico” a la península, no sería correcto. En resumen, podemos decir que, en cierta medida, la situación interna explicó el rápido avance territorial, demostrando que ciertamente sí hubo una organización planificada previa, ya sea por los consejos de Don Julián o por un estudio militar previo del territorio hispano-visigodo.
Pasando al análisis de fuentes, he optado por seleccionar “el pacto de Tudmir”.
“En el Nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Edicto de ‘Abd al-‘Aziz ibn Musa ibn Nusair a Tudmir ibn Abdush [Teodomiro, hijo de los godos]. Este último obtiene la paz y recibe la promesa, bajo la garantía de Dios y su profeta, de que su situación y la de su pueblo no se alterará; de que sus súbditos no serán muertos, ni hechos prisioneros, ni separados de sus esposas e hijos; de que no se les impedirá la práctica de su religión, y de que sus iglesias no serán quemadas ni desposeídas de los objetos de culto que hay en ellas; todo ello mientras satisfaga las obligaciones que le imponemos. Se le concede la paz con la entrega de las siguientes ciudades: Uryula [Orihuela], Baltana, Laqant [Alicante], Mula, Villena, Lurqa [Lorca] y Ello. Además, no debe dar asilo a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que goce de nuestra amnistía; ni ocultar ninguna información sobre nuestros enemigos que pueda llegar a su conocimiento. Él y sus súbditos pagarán un tributo anual, cada persona, de un dinar en metálico, cuatro medidas de trigo, cebada, zumo de uva y vinagre, dos de miel y dos de aceite de oliva; para los siervos, sólo una medida. Dado en el mes de Rayab, año 94 de la Hégira [713]. Como testigos, ‘Uthman ibn Abi ‘Abda, Habib ibn Abi ‘Ubaida, Idrís ibn Maisara y Abu l-Qasim al-Mazali.”
Este relato llama la atención por su brevedad y su especificidad narrativa. Podemos contemplar que, tanto la cultura, vivienda y la paz serán respetadas, sin violencia; con la excepción de que se implantarán dos pagos. Aunque estos aspectos puedan leerse como un dominio, debemos tener en cuenta que se recalca, no solo en este relato, sino en otros también, el respeto hacia los templos cristianos, creencias, cultos y vida de los habitantes residentes de la nueva Al-Ándalus.
El problema de este pacto es que actualmente está en duda de si es verídico o falso. Esto es explicado por lo siguiente: basándonos en el pacto, entendemos que el proceso de expansión fue más indulgente de lo que se entendía, y tal vez, esté falseado y sea concebido como un medio de legitimación para el nuevo poder o simplemente una manera de justificar la expansión “pacífica”. Algo reseñable es la presencia del dinar, pues en este pacto es rara dada las cronologías de las que disponemos; es decir, en estas fechas tan recientes no existía una circulación de moneda islámica en territorio peninsular; lo lógico sería utilizar la moneda visigoda en vigencia o el peso propio del metal.
Es en el 712 cuando Muza (640-715) importa el aparato de cecas y precintos monetarios a la península, por lo que en tan solo un año (713) es algo complicado creer que la circulación del dinar fuese ya lo común. Quizás sea tan solo una expresión del autor o de una equivalencia de la moneda foránea, pero es extraño que el pago de impuestos ya fuese establecido mediante la moneda islámica. Por último, pasando a aspectos formales del documento, normalmente este esquema cronístico suele ser muy posterior al evento narrado, por lo que quizás este pacto de sea de otra época totalmente distinta. Además, tal y como ocurre en los documentos cristianos, la data aparece al final del texto, pero esto último es más una reflexión propia que una hipótesis.
La crónica e historiografía revisionista, incluso la arqueología ha demostrado que no se trató de una conquista militar, sino que, generalmente, fue realizada mediante pactos y protecciones, otro hecho que explicaría la vertiginosa expansión. Es indudable que hubo más pactos que guerras, pues cómo puede ser que con tan solo una batalla (Guadalete) sea causa fulminante del sistema visigodo. Lo más probable es que la batalla de Guadalete fuese una simple escaramuza o un enfrentamiento menor, basándonos en las descripciones e importancia que le dan las fuentes primarias. El ejército visigodo debía estar muy mal suministrado y organizado como para caer con tan un enfrentamiento aislado.
No obstante, sí que es cierto que los precintos arqueológicos indican que hubo más enfrentamientos y resistencias de los que nos dicen las crónicas, pero no es una excusa firme por la cual definirlo como un proceso bélico. Otro motivo es el coste de la guerra. Logísticamente, sobre todo, en periodo de Reconquista, es inviable estar 800 años en constante guerra. No hay reino ni imperio que pueda sufragar tal gigantesco coste. Es más, tenemos constancia de que no existió una guerra continua entre cristianos y musulmanes. En numerosas ocasiones, ambos bandos cooperaban conjuntamente, no solo a nivel político, sino artístico también.
En cuanto al aspecto de la Reconquista, debemos saber que el término fue acuñado en el s. XIX a raíz de un sentimiento nacionalista. No aparece en las fuentes el sustantivo Reconquista, pero sí se entiende como verbo, pero aparece como restitución*, devolución* o recuperación del territorio*.
La historiografía ha establecido que, aunque no existía la palabra, sí la idea o noción, incluso ya en periodo de Alfonso II. De todas maneras, hay que tener en cuenta que esta recuperación no es de la nación española, pues no existía, pero sí la de obtener de nuevo cierto territorio o posesiones, sobre todo de aquellas parcelas o elementos de propiedad religiosa que pretendían ser reclamadas. Otra cuestión la cual es ignorada frecuentemente es que nada tiene que ver el proceso de expansión musulmana con la cristiana del XI, XII o XIII, como si fuese un continuo discurso que se enlaza desde ese siglo VIII hasta el XV.
En las mismas crónicas (o parte de ellas), se puede encontrar la figura de Don Pelayo, tanto en musulmanas como cristianas, por lo que se acepta generalmente su existencia. Ahora bien, otra cosa muy distinta es de quien se trató y de la importancia que tuvo en semejante época. La crónica de Alfonso X nos narra el reinado de Pelayo desde el año cuatro de su reinado, del mismo modo que la Crónica de Alfonso III la Batalla de Covadonga, ambas revisadas y con identificados toques míticos, providencialistas y muy posiblemente ficticios.
El aspecto por el cual el sentimiento de Reconquista se inicia, es el denominado “Neogoticismo”. Esta corriente fue ideada de los nuevos reinos astures, es decir, un discurso por el cual se vinculan e identifican como sucesores del reino caído y herederos de los visigodos. La idea del repliegue de los visigodos al norte parece poco probable.
De nuevo, encontramos esta instrumentalización para ligar el linaje visigodo y la nueva monarquía astur, incluso en estas épocas, por lo que el hecho de la existencia del Neogoticismo ya nos demuestra una iniciativa por legitimar el poder astur; el Neogoticismo es el puente entre lo hispano-visigodo y lo astures, aunque no tuviesen nada que ver ni fuesen parientes.
El error es que no se tienen en cuenta todas las capas que ocupan 800 años de este proceso de Reconquista, sino que tan solo se hila mediante un discurso lineal y monótono por ambas partes, haciendo de algo tremendamente complejo, simple y plano. El aspecto articulador es el de Guerra Santa, término muy posterior.
La cruzada institucional se crea en 1095, aunque la historiografía ha venido diciendo que fue la de Barbastro en 1063 frente a la primera en Jerusalén en 1099. Es decir, la lucha contra el infiel es un elemento articulador de los procesos mencionados, aunque como hemos dicho, es un concepto posterior creado por el interés de Roma.
En el caso de la expansión cristiana, no podemos catalogar a los musulmanes como un grupo social monolítico, del mismo modo que el lado cristiano. En cuestión religioso sí, pero a nivel étnico son, ambos lados, muy variados. Además, no se trató de una eterna lucha por la frontera entre musulmanes y cristianos, sino musulmanes contra musulmanes, cristianos contra cristianos y cooperaciones entre unos y otros. Las luchas fronterizas dependen tanto del momento como del espacio.
Por último, el termino populare (re-poblar) sí aparece en fechas muy tempranas, pero realmente no hay nada que repoblar*. El hecho del repliegue de los pobladores a Asturias parece poco probable. Si no les interesó nunca la expansión hacia el sur a los reinos astures, por qué de repente se da dicho fenómeno. Es algo que no se sostiene.
Conclusiones personales
Soy consciente de la polémica que generan estos dos términos historiográficos en la sociedad de hoy. Estos procesos han sido tan alterados a lo largo del tiempo que hoy en día arrastramos ese problema, hasta tal punto de que nos resulta tremendamente complicado salir de esos esquemas convencionales y parámetros con los que aprendimos desde pequeños, pero tarde o temprano, debemos cambiar. El debate conceptual parte desde las definiciones de “invasión”, “Conquista”, “Reconquista”, “penetración” y “expansión” principalmente:
Entendemos por invasión la entrada forzosa, violenta y con ánimo de sometimiento de una población extranjera a un territorio ajeno, la cual utiliza casi constantemente el discurso de la violencia como mecanismo para la toma de dicho territorio. De manera muy parecida, el término Conquista puede entenderse así, o incluso Reconquista. Tenemos que entender que el avance y expansión del islam obedece a un proceso natural de toma territorial, es tan solo un proceso común que se inicia en Bagdad y finaliza con Poitiers en el 732.
Se tiende a disociar elementos externos que pueden condicionar en menor o mayor medida los procesos de expansión peninsular, como los cambios en el Califato o la situación de ese espacio. No debemos entender la Conquista islámica de la península como tal, lo correcto sería comprenderla como una expansión territorial más del Califato y que, de manera común, culturiza las poblaciones con las que se va encontrando. No dudo en cierta actividad bélica, eso pasó y pasará siempre, pero de ahí a definirlo como una Conquista, hay cierto trecho. Del mismo modo ocurre con la Reconquista. Personalmente, tanto la conquista como Reconquista las veo como un “proceso espejo”, es decir, son dos acontecimientos totalmente distintos sin relación, pero que, por convergencia histórica, se desarrollan de la misma manera, como si de un reflejo se tratase (el uno del otro).
Primero, una expansión de un imperio, el cual alcanza su límite en Poitiers y en el Duero, pues el límite de la expansión se explica por diversas causas, entre ellas el coste, defensas previas o porque el control efectivo del norte nunca fue efectivo, del mismo modo que ocurrió en Britannia y Roma. Cuanto más se expanda, más difícil es consolidar y aumentar la presencia en dicho territorio. Una vez que la “frontera queda establecida y la expansión se estanca, se desarrolla el zénit y, tras ello, la decadencia, en este caso, partiríamos desde las taifas. Al mismo tiempo que ocurre todo lo dicho, se origina una monarquía totalmente distinta a la visigoda (pero con intenciones de vincularse), la cual independientemente de Al-Andalus en ciertos aspectos, evoluciona y se desarrolla. En el momento en el que la potencia andalusí comienza a desvanecerse, el proceso natural de expansión entra en juego de nuevo, produciéndose exactamente lo mismo que ocurrió en el 711 pero con gentes totalmente distintas.
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Bibliografía
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